




LEE-YENDAS
La Llorona
Durante la guerra civil, siendo presidente de la gran Colombia el doctor José Ignacio de Márquez, con motivo de las elecciones del presidente ecuatoriano; Juan José Flórez que encargado en nuestra patria de los territorios que conforman los departamentos de Nariño, cauca y valle; se estableció en la villa de las palmas, ubicación un poco más afectada, a la que fue asignada un capitán famoso por su crueldad, de conducta poco recomendable y que encontraba en la guerra una aventura divertida para desahogar su paso por asaltos y crímenes.
Se instaló con su esposa en esta villa, estuvo allí varios días; pero su vida era la guerra, así que alistó sus armas, armó viaje y abandonó a su mujer para seguir en la lucha. Su afligida y abandonada mujer se dedicó a servir en las casas vecinas para no morir de hambre, mientras su marido volvía y terminaba la guerra.
Al correr el tiempo, en las gentes se hicieron circular la noticia de la muerte del capitán y la pobre señora guardó luto rigoroso durante un año hasta que se presentó un soldado que hacía parte del batallón de reclutas. La viuda convencida de las aseveraciones de la muerte de su marido, se vio envuelta en aquel nuevo amor; un lenitivo para su pesar, aceptó al joven e íntimo con él quedando en embarazo. Pero este también se marchó al poco tiempo dejándola abandonada.
Al atardecer del día del parto, hulló corriendo a su casa una vecina amiga a informarle que su esposo el capitán no había muerto, pues lo acababa de ver entre las tropas. ¿Cómo justificar ante su marido este niño? y recordando la crueldad de su esposo, pensó en la seguridad de ella y de su hijo. ¡Sólo pensó en huir! Y cogió al recién nacido, lo abrigó bien y abandonó la choza. Se encaminó por el sendero oscuro y protegida por el manto negro de la noche, la lluvia comenzó a caer, ella corría sin rumbo, crecía la tempestad y la luz de los relámpagos iluminaban su camino, la demente lloraba.
Al final de la vereda encontró el primer riachuelo fuera de mal, pero ya la mujer no veía, desafiando la corriente impetuosa que la arroyó rápidamente. En estrepitosos ruidos parecía percibirse el lamento de una mujer llamando a su hijo. Pasó la tormenta, y solo quedó flotando en el aire frio, un canto agorero de un ave que anunciaba la desgracia.
Después de tan terrible situación, de las profundidades del rio emerge su ánima, angustiada, que no renuncia a rescatar del rio al hijo que ha perdido, dedica la noche a buscar en los charcos profundo, lagunas, quebradas y cañadas, donde se oye su chapaleo y los gritos lastimeros de dolor, llamando a su hijo confundidos con los ruidos de la noche.
Se le aparece a los hombres infieles, a los perversos, a los hombres cobardes maltratadores y secuestradores de niños, los cuales caen desmayados con su rostro desfigurado por el terror. Quien busca a su hijo, también asusta a los borrachos en los caminos, a los tahúres, en fin a todo ser que ande haciendo maldades. Con su amor infinito de madre sigue en la búsqueda eterna de su hijo por quebradas y ríos, llenando de terror a todos aquellos que llenan la noche de maldad y abusan de la fragilidad de los niños.
Hugo León Ortiz Castellanos
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Imagen tomada de junkandres.wordpress.com